martes, 4 de junio de 2013

Don Álvaro o la fuerza del sino


Su significación

Una concatenación fatal de sucesos persigue a don Álvaro. “Los rigores de una estrella adversa”, el hado implacable, “el furor de los astros”, se encarnizan en él. La fuerza inquebrantable de un sino contrario, preconizada por el mismo título del drama, parece su más profunda significación. Para ello se acumulan las casualidades, contra las que nada puede la voluntad del protagonista. Los amigos del Duque de Rivas pensaron en el Ananke de la tragedia griega y llamaron a Don Álvaro el Edipo del cristianismo, cuando en realidad es muy diferente el espíritu de los dos personajes.

También se habló del fatalismo musulmán, de cierto arraigo entre los andaluces. “Todo está escrito”, “nadie puede escapar a su suerte” son frases corrientes entre el pueblo. La fatalidad sería el verdadero tema de la obra, fuera de la libertad cristiana, premisa de la responsabilidad por nuestros actos.

Pero no opinaba así Cañete: “el Duque de Rivas no abandona su héroe a los horrores de una predestinación criminal inevitable como la de Edipo, sino que le condena a experimentar las consecuencias del fatalismo del error voluntario, que por una sucesión infalible nos precipita de abismo en abismo cuando la razón no nos detiene al borde de ninguno de ellos”. No es la fatalidad, no es el sino quien impulsa a don Álvaro por un sendero ineludible; entre el sentimiento del deber y el desvarío de la pasión hay gran diferencia y pudo escoger el mejor camino.

Estilo

En Don Álvaro pueden estudiarse potenciadas todas las características del teatro romántico.

Nada más lejos de la unidad de lugar que un drama que se desarrolla, sucesivamente, en Sevilla y sus alrededores, en el pueblo de Hornachuelos (Córdoba), en Italia y otra vez en España. Contra la unidad de tiempo nos encontramos con que la obra se extiende a lo largo de más de cinco años. Y la unidad de acción se quiebra reiteradamente con pintorescas escenas costumbristas, llenas de colorido local, tan del gusto romántico. Falta lo que pudiéramos llamar unidad de composición, puesto que en la obra alternan la prosa y el verso, sistema seguido en el teatro romántico posterior.

Sus escenas costumbristas

Cuatro, de las cinco jornadas que comprenden el drama, empiezan con escenas costumbristas. La 1.ª con el aguaducho sevillano junto al puente de Triana, donde conocemos a la simpática Preciosilla, gitana de clara ascendencia cervantina (La Gitanilla); canta rondeñas y corraleras, dice la buenaventura y se expresa en un lenguaje sabrosamente popular: “súpito”, “cargarse de estera”, “aflojar la mosca”… En la 2.ª jornada nos trasladamos a la mansión de Monipodio, otro nombre sugerido por Cervantes; allí sobresale un estudiante curioso, parlanchín y pedante, que salpica su conversación de latines y cultismos rebuscados para deslumbrar a la pobre mesonera, que confunde la “ambrosía” con “la tía Ambrosia”; el sopista canta unas seguidillas impregnadas de la rivalidad amorosa entre estudiantes y soldados, urde bromas de colegio mayor y sonsaca a los viandantes. En el comienzo de la 3.ª jornada vemos a unos oficiales entretener las horas de campamento con juegos de naipe, entre engaños y picardías. Y la 5.ª empieza con un desfile de mendigos y lisiados para recoger la sopa boba conventual de manos de un fraile gruñón: friso de miserias, tocado por la gracia del arte.


Bibliografía
RIVAS, Duque de, Don Álvaro o la fuerza del sino, Madrid, Ed. Anaya, 1970

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