Su
significación
Una concatenación fatal de sucesos persigue a don
Álvaro. “Los rigores de una estrella adversa”, el hado implacable, “el furor de
los astros”, se encarnizan en él. La fuerza inquebrantable de un sino contrario,
preconizada por el mismo título del drama, parece su más profunda
significación. Para ello se acumulan las casualidades, contra las que nada
puede la voluntad del protagonista. Los amigos del Duque de Rivas pensaron en
el Ananke de la tragedia griega y
llamaron a Don Álvaro el Edipo del cristianismo, cuando en
realidad es muy diferente el espíritu de los dos personajes.
También se habló del fatalismo musulmán, de cierto
arraigo entre los andaluces. “Todo está escrito”, “nadie puede escapar a su
suerte” son frases corrientes entre el pueblo. La fatalidad sería el verdadero
tema de la obra, fuera de la libertad cristiana, premisa de la responsabilidad
por nuestros actos.
Pero no opinaba así Cañete: “el Duque de Rivas no
abandona su héroe a los horrores de una predestinación criminal inevitable como
la de Edipo, sino que le condena a
experimentar las consecuencias del fatalismo
del error voluntario, que por una sucesión infalible nos precipita de
abismo en abismo cuando la razón no nos detiene al borde de ninguno de ellos”.
No es la fatalidad, no es el sino quien impulsa a don Álvaro por un
sendero ineludible; entre el sentimiento del deber y el desvarío de la pasión
hay gran diferencia y pudo escoger el mejor camino.
Estilo
En Don Álvaro pueden
estudiarse potenciadas todas las características del teatro romántico.
Nada más lejos de la unidad de lugar que un drama que
se desarrolla, sucesivamente, en Sevilla y sus alrededores, en el pueblo de
Hornachuelos (Córdoba), en Italia y otra vez en España. Contra la unidad de
tiempo nos encontramos con que la obra se extiende a lo largo de más de cinco
años. Y la unidad de acción se quiebra reiteradamente con pintorescas escenas
costumbristas, llenas de colorido local, tan del gusto romántico. Falta lo que
pudiéramos llamar unidad de composición, puesto que en la obra alternan la
prosa y el verso, sistema seguido en el teatro romántico posterior.
Sus escenas
costumbristas
Cuatro, de las cinco jornadas que comprenden el
drama, empiezan con escenas costumbristas. La 1.ª con el aguaducho sevillano
junto al puente de Triana, donde conocemos a la simpática Preciosilla, gitana
de clara ascendencia cervantina (La Gitanilla );
canta rondeñas y corraleras, dice la buenaventura y se expresa en un lenguaje
sabrosamente popular: “súpito”, “cargarse de estera”, “aflojar la mosca”… En la
2.ª jornada nos trasladamos a la mansión de Monipodio, otro nombre sugerido por
Cervantes; allí sobresale un estudiante curioso, parlanchín y pedante, que
salpica su conversación de latines y cultismos rebuscados para deslumbrar a la
pobre mesonera, que confunde la “ambrosía” con “la tía Ambrosia”; el sopista
canta unas seguidillas impregnadas de la rivalidad amorosa entre estudiantes y
soldados, urde bromas de colegio mayor y sonsaca a los viandantes. En el
comienzo de la 3.ª jornada vemos a unos oficiales entretener las horas de
campamento con juegos de naipe, entre engaños y picardías. Y la 5.ª empieza con
un desfile de mendigos y lisiados para recoger la sopa boba conventual de manos
de un fraile gruñón: friso de miserias, tocado por la gracia del arte.
Bibliografía
RIVAS, Duque de, Don Álvaro o la fuerza del sino,
Madrid, Ed. Anaya, 1970
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