jueves, 30 de mayo de 2013

El burlador de Sevilla y convidado de piedra





LA JUSTICIA DIVINA: LOS JURAMENTOS DE DON JUAN
 Don Juan engaña a las mujeres prometiéndoles casarse con ellas. Pero además, sella esta promesa con el juramento de cumplir su palabra. Es el juramento promisorio del derecho y de la moral. El juramento con reserva mental es el nudo que enlaza los dos mundos en que se polariza la comedia, representados por Don Juan y la estatua de Don Gonzalo, por el hombre y por Dios.

Jurar, por definición, es poner a Dios por testigo de lo que uno afirma o niega. Si se pone a Dios por testigo de una mentira, se comete perjurio, y ello entraña profanación de la divinidad. Tirso, como teólogo y moralista, conocía a fondo todo el alcance y la casuística sobre el juramento, que no era privativa de los jesuitas, sino patrimonio común de todas las escuelas.

El juramento en falso atrae necesariamente sobre el que lo hace el castigo de Dios, porque es profanación de la divinidad. A la luz de estos tres cortos mandatos bíblicos, es fácil reconocer el sentido y el alcance teológico del siguiente pasaje central de El burlador. Don Diego amonesta a su hijo por el delito cometido en Nápoles.

Don Diego: Mira que, aunque al parecer
Dios te consiente y aguarda,
su castigo no se tarda,
y que castigo ha de haber
para los que  profanáis
su nombre, que es jüez fuerte
Dios en la muerte.

Don Juan: ¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
… … … … … … … … … … ..
Don Diego: Pues no te vence castigo
con cuanto hago y cuanto digo,
a Dios tu castigo dejo.
(Burlador, II, vv. 1438-1465)

Don Juan había tratado hasta ahora de eludir con distintos subterfugios los requisitos esenciales para la validez del juramento. A la Duquesa le había jurado casarse con ella, pero en nombre de Octavio, y diluyendo poéticamente el objeto de su juramento con la frase de cumplir el dulce sí (I, v.3). A Tisbea le había jurado, pero no a ella, sino a sus ojos (I, v. 940), y probablemente, también le había jurado que sería su esclavo de por vida (I, v. 946), otra poetización muy trillada, que invalidaba el juramento.

Aunque Don Juan evita el incidir en el tejido medular del juramento, cada una de sus víctimas cree en la validez de los juramentos hechos por el burlador, y esto basta, en la opinión de los moralistas, para que los juramentos sean válidos y eficaces. Por considerarlo así, se entregan a Don Juan.

En la carrera de las seducciones, el último tramo es la seducción de Aminta, la única que se entrega, no por amor, sino  por interés.
Don Juan: Ahora bien, dame esa mano,
y esta voluntad confirma
con ella.

Aminta: ¿Que no me engañas?

Don Juan: Mío el engaño sería.

Aminta: Pues jura que cumplirás
la palabra prometida.

Don Juan: Juro a esta mano, señora,
infierno de nieve fría,
de cumplirte la palabra.

Aminta: Jura a Dios que te maldiga,
si no la cumples.

Don Juan: Si acaso
la palabra y la fe mía
te faltare, ruego a Dios
que a traición y alevosía
me dé muerte un hombre… (muerto.
que, vivo, Dios no permita.)

Aminta: Pues con ese juramento
soy tu esposa.
(III, vv. 2066-2083)

El primer juramento exigido por Aminta no cogió a Don Juan desprevenido. Juró ahora a la mano de Aminta, como antes había  jurado a los ojos  de Tisbea, con reticencia mental, de que le cumpliría la palabra.

Don Juan logró engañar a Aminta, pero falló en su propósito de engañar a Dios. El juramento tan preciso de Don Juan es la clave que explicará su caída. Con él sella su destino  sobrenatural. La intención, revelada en el aparte de Don Juan, está en la raíz de su acción, y determina su valor moral. En el terreno de las intenciones es donde se mueve Dios. Lo que era para Don Juan humanamente imposible e imprevisible, era natural y normal para Dios. Al jurar, entró Don Juan en la órbita sobrenatural y divina, y de ella ya no podrá salir.

LA JUSTICIA HUMANA
En su desaforada carrera, atropella Don Juan los derechos de la mujer, apenas pone pie en la playa de Tarragona, quebrantando las leyes de la hospitalidad, al engañar a Tisbea, que le había salvado la vida, brindando su hogar, y agasajado con piedad y cariño. La abandona.

Al llegar a Sevilla, traiciona a su mejor amigo, el Marqués de la Mota, como lo había hecho antes con el Duque Octavio, su amigo de Nápoles, y mata a Don Gonzalo que quiere cerrarle el paso, después de la abortada seducción de su hija Doña Ana.

Camino de Lebrija, a donde le ha exiliado el Rey, al pasar por el pueblo de Dos Hermanas, perturba el banquete de bodas de su hija Aminta, y bajo palabra de casamiento, profana su lecho nupcial la misma noche de sus bodas. Don Juan justifica su conducta con el poder de su padre, el privado del Rey. Su carácter avasallador de la justicia  se refleja en  aquella máxima maquiavélica, síntesis cínica del abuso del poder.

A Don Juan se le tacha de traición y de traidor veinte veces, signo de la vileza de sus acciones. Él se ríe de todos y de todo. En esta frase se condensa su falsa filosofía moral y social.

Bibliografía 

DE MOLINA, Tirso. El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Madrid, Alhambra, 1982

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