LA
JUSTICIA DIVINA: LOS JURAMENTOS DE DON JUAN
Don Juan engaña a las mujeres
prometiéndoles casarse con ellas. Pero además, sella esta promesa con el
juramento de cumplir su palabra. Es el juramento promisorio del derecho
y de la moral. El juramento con reserva mental es el nudo que enlaza los dos
mundos en que se polariza la comedia, representados por Don Juan y la estatua
de Don Gonzalo, por el hombre y por Dios.
Jurar,
por definición, es poner a Dios por testigo de lo que uno afirma o niega. Si se
pone a Dios por testigo de una mentira, se comete perjurio, y ello entraña
profanación de la divinidad. Tirso, como teólogo y moralista, conocía a fondo
todo el alcance y la casuística sobre el juramento, que no era privativa de los
jesuitas, sino patrimonio común de todas las escuelas.
El
juramento en falso atrae necesariamente sobre el que lo hace el castigo de
Dios, porque es profanación de la divinidad. A la luz de estos tres cortos
mandatos bíblicos, es fácil reconocer el sentido y el alcance teológico del
siguiente pasaje central de El burlador.
Don Diego amonesta a su hijo por el delito cometido en Nápoles.
Don
Diego: Mira que, aunque al parecer
Dios te consiente y aguarda,
su castigo no se tarda,
y que castigo ha de haber
para los que profanáis
su nombre, que es jüez fuerte
Dios en la muerte.
Don
Juan: ¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
…
… … … … … … … … … ..
Don
Diego: Pues no te vence castigo
con cuanto hago y cuanto digo,
a Dios tu castigo dejo.
(Burlador,
II, vv. 1438-1465)
Don
Juan había tratado hasta ahora de eludir con distintos subterfugios los
requisitos esenciales para la validez del juramento. A la Duquesa le había
jurado casarse con ella, pero en nombre de Octavio, y diluyendo poéticamente el
objeto de su juramento con la frase de cumplir
el dulce sí (I, v.3). A Tisbea le había jurado, pero no a ella, sino a sus
ojos (I, v. 940), y probablemente, también le había jurado que sería su esclavo de por vida (I, v. 946), otra
poetización muy trillada, que invalidaba el juramento.
Aunque
Don Juan evita el incidir en el tejido medular del juramento, cada una de sus
víctimas cree en la validez de los juramentos hechos por el burlador, y esto
basta, en la opinión de los moralistas, para que los juramentos sean válidos y
eficaces. Por considerarlo así, se entregan a Don Juan.
En
la carrera de las seducciones, el último tramo es la seducción de Aminta, la
única que se entrega, no por amor, sino
por interés.
Don
Juan: Ahora bien, dame esa mano,
y esta voluntad confirma
con ella.
Aminta:
¿Que no me engañas?
Don
Juan: Mío el engaño sería.
Aminta:
Pues jura que cumplirás
la palabra prometida.
Don
Juan: Juro a esta mano, señora,
infierno de nieve fría,
de cumplirte la palabra.
Aminta:
Jura a Dios que te maldiga,
si no la cumples.
Don
Juan: Si acaso
la palabra y la fe mía
te faltare, ruego a Dios
que a traición y alevosía
me dé muerte un hombre… (muerto.
que, vivo, Dios no permita.)
Aminta:
Pues con ese juramento
soy tu esposa.
(III,
vv. 2066-2083)
El
primer juramento exigido por Aminta no cogió a Don Juan desprevenido. Juró
ahora a la mano de Aminta, como antes había
jurado a los ojos de Tisbea, con
reticencia mental, de que le cumpliría la palabra.
Don
Juan logró engañar a Aminta, pero falló en su propósito de engañar a Dios. El juramento
tan preciso de Don Juan es la clave que explicará su caída. Con él sella su
destino sobrenatural. La intención,
revelada en el aparte de Don Juan, está en la raíz de su acción, y determina su
valor moral. En el terreno de las intenciones es donde se mueve Dios. Lo que
era para Don Juan humanamente imposible e imprevisible, era natural y normal
para Dios. Al jurar, entró Don Juan en la órbita sobrenatural y divina, y de
ella ya no podrá salir.
LA JUSTICIA HUMANA
En
su desaforada carrera, atropella Don Juan los derechos de la mujer, apenas pone
pie en la playa de Tarragona, quebrantando las leyes de la hospitalidad, al
engañar a Tisbea, que le había salvado la vida, brindando su hogar, y agasajado
con piedad y cariño. La abandona.
Al
llegar a Sevilla, traiciona a su mejor amigo, el Marqués de la Mota, como lo
había hecho antes con el Duque Octavio, su amigo de Nápoles, y mata a Don
Gonzalo que quiere cerrarle el paso, después de la abortada seducción de su
hija Doña Ana.
Camino
de Lebrija, a donde le ha exiliado el Rey, al pasar por el pueblo de Dos
Hermanas, perturba el banquete de bodas de su hija Aminta, y bajo palabra de
casamiento, profana su lecho nupcial la misma noche de sus bodas. Don Juan
justifica su conducta con el poder de su padre, el privado del Rey. Su carácter
avasallador de la justicia se refleja
en aquella máxima maquiavélica, síntesis
cínica del abuso del poder.
A
Don Juan se le tacha de traición y de
traidor veinte veces, signo de la
vileza de sus acciones. Él se ríe de todos y de todo. En esta frase se condensa
su falsa filosofía moral y social.
Bibliografía
DE MOLINA, Tirso. El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Madrid, Alhambra, 1982
Bibliografía
DE MOLINA, Tirso. El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Madrid, Alhambra, 1982
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